lunes, 28 de febrero de 2011

Caperucita roja… caperucita negra

Caperucita salió ese día de casa para ir a ver a su abuela. Pero esta vez no fue porque la abuelita estuviese mala, simplemente la apetecía verla, la echaba de menos. Se adentró en el bosque, pero todo era ahora muy diferente. Miró a su alrededor y todo le pareció muy bonito: conejos, ardillas, flores... era fantástico. Se quedo contemplando todo aquello, pero pronto empezó a oscurecer. Siguió caminando por aquel sendero, aunque no estaba muy segura de a dónde la llevaría. Se escuchaba el sonido de los grillos y algunas luciérnagas iluminaban sus pasos, huyendo de sus pasos  al sentirse en peligro. Ella continuaba con su cesta y con una gran sonrisa en la cara, sabía que nada malo iba a ocurrirla, al fin y al cabo ya se había enfrentado a eso antes, no tenía miedo. Además, en el oscuro cielo brillaba, radiante, la luna. Era inmensa, nunca había visto una luna tan grande, tan redonda. Siempre le pareció ver en la luna llena una silueta, sombras que dibujaban en ella una especie de rostro. Y aquella noche, ese rostro sería quien la protegiera y la mirase durante su camino. Y las estrellas, esas pequeñas lucecitas colgadas del cielo, algunas fijas, otras con un leve parpadeo. Se quedó mirándolas durante un instante, aquellas luces tan lejanas, se quedó pensando en lo inmensas que debían ser en realidad, en que quizás algunas de esas estrellas en ese instante, mientras ella estaba parada observándolas, estaban muertas, apagadas, inertes. Aquellos instantes, que para ella fueron unos segundos, fueron en realidad una gran cantidad de minutos, incluso horas. Continuó por el camino, de vez en cuando levantaba la mirada para contemplar la luna, era tan bonita... Pasado un rato, escuchó el aullido de un lobo, se estremeció, se sentía como en una película de terror, su cuerpo segregaba adrenalina, estaba embargada por la emoción. Pero de repente, al echar la vista atrás, vio algo que no le produjo ninguna euforia, más bien lo contrario. Un sentimiento de terror recorrió su cuerpo. Una manada de lobos se acercaba poco a poco a ella. Y esta vez no eran lobos con pantalones ni tenían intención de ser simpáticos con ella, eran muy reales. Veía en sus ojos algo muy alejado a la compasión o la indulgencia, aquellas fieras estaban hambrientas, y no dudarían ni un instante a la hora de profanar aquel cuerpo puro, suave, con el vello erizado y temeroso, con sus afilados dientes. Ella se quedó paralizada. No supo cómo reaccionar. Los músculos ya no le respondían. Y entonces se cayó al suelo, incrustando las rodillas en la tierra, apoyando las manos, y finalmente rindiéndose a su destino, que según parecía, ya estaba escrito. Las lágrimas resbalaban por su rostro. Sus manos y sus rodillas estaban ensangrentadas. Sintió a la muerte acercándose poco a poco, con su capa negra y con su afilada guadaña. No sabía cuándo se iría con ella, quizá le quedasen unos minutos, tal vez sólo unos segundos. No lucharía por quedarse, forcejear con la muerte sólo significaría unos instantes más de sufrimiento. Quería que aquello pasara cuanto antes. Luna llena y lobos, sonaba realmente a cuento, a película, era demasiado típico como para que le pasase a ella, pero pensándolo bien, era una bonita historia para recordar en su lecho de muerte, rodeada de tierra, siendo parte inconscientemente del recuerdo de muchas personas, y  del olvido de muchas otras. De repente pudo verse reflejada en aquellos ojos cristalinos, tan azules que parecían transparentes. La boca abierta, mostrando esas grandes dagas salivantes, estaba tan cerca que podía sentir su aliento. Abrió un poco más la boca, acercándose a ella sin miramientos. Y entonces ocurrió, su mordaz dentadura había desgarrado aquella piel delicada, ahora cubierta por sangre, saliva y arena.  No tuvo ningún remordimiento por sus actos, simplemente continuó atacando aquel cuerpo que, según parecía, yacía sin vida.  Jamás aquella mujer de negra  túnica y frío esqueleto se había marchado acompañada por un ser tan puro e inmaculado, y dejando un cuerpo tan bonito como aquel. Cuántos no podrán ya contemplar aquella sonrisa o aquellos ojos que parecían transportarnos a otra dimensión. No sabía el mundo lo que había perdido aquella preciosa noche de primavera. Fue la noche más hermosa que ella pudo contemplar, y ese fue el regalo que la parca le ofreció antes de llevársela.

Un besito.
MiKo

No hay comentarios:

Publicar un comentario